El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

lunes, 11 de diciembre de 2017

UNA MÁS.






-Siempre ves el mal en todas las cosas -. Reprochó el hijo a su padre mientras que, sentados a la mesa, terminaban de comer.

-Puede que eso sea lo que a ti te parece - respondió enojado el padre -. También mis ojos fueron tan jóvenes e ilusionados como los tuyos ahora, sólo dispuestos para ver lo que deseaban. Pero aquel tiempo ya pasó para mí, y en éste no impido a mis ojos ver cada día lo que no quieren, pues es exactamente el otro lado de las cosas. Si todo fuese bueno, perfecto, si nunca nos equivocarnos, tampoco tendríamos que aprender. Y para bien y para mal la vida del hombre es un continuo aprendizaje donde es crucial saber distinguir. Buscar el bien de cada cosa requiere contemplar también el mal que contiene. Todo tiene su haz y su envés, su cara y su cruz.

-Siempre buscando tres pies al gato, llevar la razón; como si los demás no fuéramos capaces de aprender por nosotros mismos. Parece, que para sentirte a gusto debiéramos ser todos como tú y ver las cosas desde tu prisma.

-Te equivocas - le dijo el padre, que intentaba controlar la excitación que sentía -. Eres lo que has deseado y sabes que para ello nunca fui un estorbo. Mucho menos ahora, que eres totalmente libre en tus decisiones y crees saber lo suficiente, lo que realmente importa; sin tener en cuenta que fui tu primer maestro. El primer maestro es como el primer amor, jamás se olvidan. Si te enseñé mis errores fue para que reconocieras los tuyos antes de cometerlos y aprendieras sin tener que equivocarte como yo lo hice.

-Me resulta muy difícil hablar contigo - replicó el hijo lleno de rabia -. Pareces no darte cuenta de lo que realmente me importa y estar en contra de todo lo que pienso, de todo lo que propongo, de todo lo que pretendo. No seré nunca como tú, tengo mis sueños, mi forma de sentir, y el mismo derecho a equivocarme también.

-Razón llevas en lo que dices, y si de algo me siento culpable es de mi celo, de lo que siento por ti, que va mucho más allá de saber o no saber, de llevar o no razón - dijo el padre, que hizo un pequeño silencio antes de continuar -.  Caminamos por el mismo sendero, pero a distancia uno del otro. Como extraños, como si sólo fuera una coincidencia nuestro coexistir en el tiempo. Pero no fuiste una casualidad, un imprevisto, un accidente de mi voluntad. Fui libre de soñar contigo y hacerte realidad sin pretender ser tu dios, tu dueño. 
Sin embargo yo creo ir delante y tú haberme superado; yo sin prisas por llegar y tú impaciente por aprender otro camino sin mí. Y aunque nunca seré el amigo al que reveles tus secretos, no quiero sentirme un extraño a tu lado, que calla lo que siente para que no te alejes más. En realidad es tu comprensión la que necesito para que mi experiencia no sea en vano y mi saber encuentre sentido verdadero. Eres el ser más próximo, ¿quién mejor que tú puede dar fe de mí? Mi opinión debes considerarla como una más... Dale al menos esa oportunidad; no levantes diques de contención sólo porque viene de mí.

- Me voy - le dijo el hijo airado, casi descompuesto por la impotencia, por la falta de respuestas que le violentaban sobremanera -. No se puede hablar contigo.

-Sí, será mejor -. Terminó el padre.






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