El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

martes, 28 de febrero de 2017

EL DESEO DE UNA MADRE.












No hizo nada por reprimir el torrente de lágrimas que se desbordó en sus ojos cuando abandonaba la habitación. Lentamente recorrió el pasillo buscando la salida de aquel ala del hospital. Se preguntaba si el color verde pálido de las paredes se debía a la falta de emociones que transmitía.  Quería estar a solas un rato mientras fumaba un cigarrillo, quizás con la idea inconsciente de disolver en el humo la cantidad de sentimientos encontrados que bullían en su cabeza. Decidió tomar las escaleras, a esas horas desoladas, para bajar a la calle desde la novena planta. No quería que nadie reconociera su dolor en el ascensor, aún no había sido capaz de recomponer su rostro y su garganta permanecía hecha un nudo.
Cuando salió a la calle el aire frío golpeó en su rostro con dureza. Subió hasta arriba la cremallera de su cazadora y enroscó alrededor de su cuello la bufanda de lana gruesa; metió sus manos en los bolsos y comenzó a descender con paso lento la rampa de acceso a la entrada principal del hospital. A medio camino se cruzó con unos conocidos que le saludaron y con quienes habló un par de minutos a requerimiento de sus preguntas. Les contestó que le quedaba poco, tal vez horas. Que nunca se sabía lo que podía durar un cuerpo; que sólo Dios, si existía, podía saberlo.
Después de despedirse culminó el descenso de la rampa y cruzó la avenida buscando un mesón que conocía y que disponía de terraza cubierta para fumar. A pesar de estar en pleno diciembre, la temperatura no se correspondía con el frío helado y seco que suele sobrecoger la meseta castellana en esta época del año. Estaba resultando un invierno templado, que prometía ser corto y seco, muy similar al anterior. Aún así, entró en el local agradeciendo la calefacción.
No tenía prisa, no le importaba que los camareros anduviesen distraídos en sus cosas ayudados por la escasez de clientes aquel miércoles por la tarde, ya anochecido. Además de entrar en calor, la contemplación en la espera de sus servicios le ayudaba a apartar la obsesión de sus pensamientos el tiempo que necesitaba para serenar su alma, que parecía gravitar fuera de su cuerpo. Se percató de que, por un momento, sólo él estaba siendo consciente por entero del resto de los presentes en el local; como si estuviera observando desde fuera la escena, igual que el pintor contempla por primera vez el resultado definitivo de su creación plasmada en el lienzo. Respiró aliviado pensando que la vida continuaba pese a todo; que nada era tan fuerte como para detenerla; ni siquiera la muerte. El dolor que ahora sentía era parte de aquel, del que la muerte estaba apunto de liberar a una madre que yacía en la cama de un hospital rodeada de todos sus hijos queridísimos, que no la abandonaban ni de día ni de noche. Ellos no encontrarían consuelo en la resignación, pues es difícil aceptarla cuando se pierde lo más puro y bondadoso que se ha disfrutado, que se ha tenido. Y su madre lo era.














Tras levantar el brazo para hacerse observar por los camareros, que comentaban con un cliente sentado al fondo de la barra los detalles de la última jugada del partido de liga que se disputaba a esas horas, y que estaba siendo transmitido por canal de pago, pidió un vino tinto de la tierra y una tapa de oreja rebozada al primero que se acercó para atenderle. Cuando estuvo servido sacó un billete y pagó. Dio un trago largo que dejó mediado el contenido de la copa, cuyo calor agradeció su estómago encogido, y luego se dedicó a comer masticando despacio, intentando imponer el mismo ritmo a la mente, que no hacía otra cosa que reclamarlo para que volviera a sus pensamientos.
Tomando la copa en su mano salió fuera, a la terraza. Descansó la copa en una mesa alta en la que había un cenicero y sacó su bolsa de tabaco. Con el mismo cartón de la solapa del librillo se fabricó un filtro, y después de añadir sobre el papelillo un poco de tabaco, lío con él un cigarrillo. Lo encendió y aspiró una bocanada de humo que dejó escapar por sus fosas nasales primero, y después lentamente de su boca. Sus pulmones se sintieron aliviados de la opresión que los compungía. Repitió el ejercicio varias veces hasta que sació del todo su ansiedad y luego apagó el cigarrillo. Dio un último trago a la copa y se dispuso a regresar al hospital.
Por el camino recordó la escena de aquella tarde al entrar en la habitación del hospital. Su mujer permanecía de pie junto a la cama con la mano de su madre cogida entre las suyas. Otras hermanas y hermanos la acompañaban en la vigilia por la madre moribunda, rodeando su lecho por completo. Eran una familia numerosa y unida. Él, tras apenas presentarse, permaneció de pie a una cierta distancia de la enferma sin decir nada. Al cabo de un rato en el que sólo se oía en la habitación el sonido de la máquina a la que permanecía entubada y los estertores de sus últimas bocanadas de aire, salió para el pasillo. Su mujer le siguió casi al instante, y una vez fuera se abalanzó en sus brazos. Él la apretó contra su pecho y dejó que desahogara el hipo de su llanto. Sintió como buscaba en sus brazos refugio a su desolación, y en su abrazo intentó trasmitirle toda la comprensión que sentía por su dolor y el amor que renacía en su corazón del sufrimiento inevitable; un amor que nunca había sentido; un amor nuevo, adulto y maduro, vivo en la esperanza de permanecer juntos hasta el fin.
Después de un impás de amarga felicidad él la separó de su pecho, y limpiando con las manos sus lágrimas, le preguntó:

-¿Cuales han sido sus últimas palabras?

A lo que ella le respondió:

-Portaros bien, chicos.








  

sábado, 25 de febrero de 2017

CONTRIBUCIÓN.












-No se porqué - dijeron las palabras -, todo aquello que da por bueno el corazón resulta tan difícil a nuestras manos, tan inverosímil para la mente consciente de la realidad. ¿Cuál es la razón por la que condenamos al amor a ser sólo un bello sueño, un ideal casi eterno; al perdón lo convertimos en un deseo escondido en el fondo de nuestra alma, y transformamos la entrega de nuestras cualidades de bondad en pura mercadería?

Y el sentir se reveló:

-Nada bello, elevado, resulta sencillo. ¿No sufren los lirios del campo el azote de los elementos por dar su flor cada año? ¿No soportan los mantos blancos que dejan las noches heladas de invierno, los vientos desgarradores de primavera y la quema del estío?
Sus rizomas, que apenas se ven sin escarbar la tierra que les da sustento, y a la que se encuentran fuertemente unidos, guardan el deseo que contienen para transformarlo en belleza y atraer la mirada de otras vidas que se reiniciarán en ellos. Ésa es su contribución en la cadena de la vida.
Flores y hojas morirán en su tiempo, pero a la vez nacerán rizomas nuevos que perpetuarán su existencia.

Ingrato, molesto, difícil de tragar resulta amar a quien nos ignora, a quien pasa a nuestro lado y mira para otro incapaz de saludar cada mañana. ¡Cómo nos gustaría que rompiera su silencio para desearnos un buen día! Sólo eso haría que fuera diferente, radiante, pues se encendería en nosotros la luz interior que mantenemos secuestrada por la desconfianza del desengaño y que permite ver todo como es, sin el velo de la conveniencia en la frontera de la elección.

Amor es voluntad de servicio; amar es contribuir a la vida.
También aman los lirios el abrazo del sol cada mañana, el refresco del agua sosegada y la brisa cálida con la que juegan y se pavonean al atardecer.
De igual modo debemos amar todo aquello que nos rodea, que está próximo a nuestro paso y nos permite sentir, porque sentir es el mejor sueño que podemos realizar. Entonces no nos dolerá saber que el tiempo transforma las cosas para que nunca perezcan, alejándolas de nuestras manos.







martes, 21 de febrero de 2017

ADULACIÓN.






-Contemplo a menudo a los hombres adulando a quienes, siendo sus iguales, consideran superiores y quisieran ser como ellos. Y veo a esos mismos hombres censurar con su crítica a otros semejantes por no estar a su lado, por no participar de sus mismas creencias y acciones.
En esto veo el principio de muchos males - dijeron las palabras -.

-La adulación es la hacienda de la envidia, la madre del servilismo y la puerta de la traición - reveló el sentir-. El adulador cambia honestidad por bienestar y progreso personal y se convierte en mercenario de aspiraciones ajenas, que no logrará por serles impropias. Su intención es acercarse al sol que más calienta, olvidando que en su abrazo quedará fundido.
Se esforzará siempre por recoger los frutos del árbol que con ansia ha abonado, aunque sea árbol caído. Pero ésa será precisamente su ruina y su deterioro, pues para ello habrá de emplear la traición. Y la traición no tiene patria ni señor, por lo que terminará arrinconado por el desprecio.  
















domingo, 12 de febrero de 2017

CONFLICTO.






-Veo a la humanidad en conflicto permanente, incendiando el mundo por doquier con las llamas de la guerra.
Aspirar a una vida mejor significa tener paz, pues la paz es constructiva - dijeron las palabras -. Sabido es que sin paz no hay progreso. Mas, parece débil y quebradiza, como si el conflicto que estuvo primero la mantuviera condicionada, igual que la libertad del preso lo está por la sentencia del juez.
Entiendo la guerra como la imposición de la razón de la fuerza sobre las demás razones. ¿Pero acaso no parten, todas y cada una de ellas, de la verdad absoluta? ¿Cómo es que la verdad divide a los seres hasta el punto de enfrentarlos? ¿Se puede resolver el conflicto que mantiene a la humanidad esclavizada con cadenas de entrelazados eslabones de guerra y paz, frenando su evolución hacia una existencia más plena y armoniosa?

Y el sentir se reveló:

-El conflicto es inherente a la vida debido a la diversidad de formas que ésta adopta, que hace inevitable la confrontación que la multiplicidad de razones suscita. La verdad es la vida misma, con todo lo que su diversidad contiene, incluidas sus contradicciones, por ello tan difícil de comprender.
 La razón es incompleta, debe su carencia a la diversidad, por lo que no hay una razón, sino muchas. De lo que se deduce que sólo contemplando todas las razones llegamos a la verdad absoluta, sin la cuál, el reconocimiento y la aceptación de la diversidad que da forma a la existencia se hace incomprensible para el razonamiento humano.
El conflicto radica, básicamente, en la negación al reconocimiento y la aceptación de otras razones que no sean las propias. En buscar que la verdad absoluta descanse en beneficio de unas, y no de otras, por muchos y muy variados intereses de parte. Por esto que la verdad, difícilmente definible, sea altamente manipulable.

En esta manipulación, basada en la ignorancia de las demás razones, vierten los seres sus miedos existenciales temerosos unos de otros, en continua competencia absurda por aquello de lo que forman parte y que pretenden poseer por entero para realizar sus deseos. Y se hace insuficiente el intercambio de valores, pues después de un tiempo se produce un déficit en unos y un superávit en otros que desequilibra las fuerzas que se mantienen en armonía con la verdad que todo contiene.

El intercambio fue un primer paso para la paz entre los seres, pero con él se puso un precio distinto a cada uno de los valores que son necesarios y que corresponden a todos por igual. De ello se deriva el reparto injusto del que surge el conflicto.

La lección pendiente del género humano es aprender a compartir, porque compartir supone un reparto más ecuánime de los recursos disponibles y una forma de afrontar las necesidades más comprometida con todas y cada una de las partes. 
Pero para ello se necesita la aceptación, más amiga de la necesidad que del capricho, pues aceptar las demás razones supone el desprendimiento de los deseos particulares y de los apegos materiales para poner al ser individual al servicio colectivo. Los seres humanos nacen desnudos y el resto lo toman del mundo; sólo al mundo pertenece.

Acabarán las guerras cuando los seres dejen de intercambiar lo que creen poseer y pasen a compartir lo que son capaces de obtener con su creatividad y esfuerzo. El resto queda en la esfera del lucro personal y de todos son conocidos sus resultados.