El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

martes, 20 de octubre de 2015

DECIDIDO ANTES DE SUCEDER.







Recordó la imagen intacta, como algo que el tiempo no había conseguido marchitar. En ella reconoció la esencia de su alma, ingenua aún, pura como la del niño ilusionado que fue. Observó el tiempo como la eternidad que a todos contenía, y a los seres cambiando constantemente la forma de las cosas para hacer siempre lo mismo.

Dio media vuelta hacia atrás a la llave en la puesta en marcha del coche y detuvo el motor. Se quedó mirando al puente del canal desde el otro lado del cristal como en aquella mañana fría de invierno, cuando su padre, con un suave tirón de riendas, dio alto a la mula que tiraba del carro que los llevaba y en el que pensaba cargar manojos de sarmiento para la lumbre baja.


La niebla aún era espesa y resultaba difícil diferenciar un rostro a tan sólo unos cuantos metros de distancia, pero su padre había reconocido aquella figura al instante. Sin bajarse del carro saludo a quien había llegado a su altura en el camino.


- Hola Juan. ¿Cómo estás? ¿Que tal la familia?


- Bien todos, gracias. ¿Y tú? ¿Cómo va todo?


- Bien, bien, ¿para qué quejarse? Pero espera, cógeme al muchacho, que me bajo un momento.


Su padre lo cogió por debajo de los sobacos y en volandas lo levantó para superar las cartolas del carro y entregárselo a su tío. Después bajo él también.


- Mira, es tu tío Juan. Vive en Zamora - dijo su padre.


-¿Cómo te llamas valiente? - Le pregunto su tío al dejarlo en el suelo.


- Pablo. Me llamo Pablo - contestó sin vacilar.


Él no conocía a su tío. A pesar de que ya tenía seis años, nunca lo había visto por casa y tampoco había oído hablar de él.


- Así que éste es el de la vejez - le dijo el tío a su padre.


Nunca olvidaría aquella frase, que más que una pregunta parecía significar toda una sentencia que él no acertaba a comprender.


- Pues sí. Eso dice todo el mundo.


- Que así sea - dijo el tío -; y que sea para bien.


- Gracias hombre - le contestó su padre.


-¿Y qué te ha traído hoy por aquí, Juan? - Continuó.


- Tengo unos amigos con los que voy a coger "Tordos" con red. Ahora es tiempo de echar un vistazo a las bandadas, aunque si no levanta la niebla poco voy a ver. Las dos últimas veces que estuvimos el año pasado, mientras sacamos para merendar. Parece como si nos reconocieran. No se acercan a la red ni con señuelo. El caso que cada año vemos menos. Las bandadas cada vez son menores y se dispersan mucho. Pero bueno, por no perder la afición y comer de vez en cuando unos pajaritos fritos en buena compañía... ¿Y tú?


- Voy a la viña del obispo a coger unos manojos para la lumbre baja, para el puchero.


-¿Creí que ya no la llevabas? - Dijo el tío.


-Es el último año que le hago la poda. Ya me he cansado. Al fin y al cabo, no interesa hacer vino para después regalar la mitad. El único que lo bebe en casa soy yo y resulta una complicación más todos los años.

¿Y tú, sigues trabajando en el almacén?

- Sí; allí me jubilaré si Dios quiere. Hay mucho trabajo. Suministramos casi toda la verdura del mercado de abastos.

Es un trabajo que me gusta, que está bien. Tendría que ser algo excepcional lo que me obligara a salir de allí.
Vosotros seguís con el bar, ¿no?

- Sí, ahí andamos. Harto de tanto trabajo. Las muchachas son muchachas y siempre hay que estar detrás - dijo su padre -. Vengo de trabajar de la fábrica cada día y apenas me da tiempo para lavarme y comer un cacho, pues me toca bajar al bar hasta la hora de cerrar. Por las noches es el peor jaleo. No podemos dejar solas a las muchachas, ya sabes; el chico, Isidoro, aún es un crío. Lo peor que llevo son los sábados y domingos. Pero de momento, mientras tenga a todos en casa, tiene que ser así. ¿Y tus chicas, Juan?¿Y la mujer?¿Qué tal van?


- ¡Ah, ellas muy bien! - Continuó su tío -. Las chicas están las dos empleadas en dos casas; y la mujer bien, no ha dejado de trabajar tampoco.


-Bueno Pablito - le dijo mientras ponía la mano en su hombro y le miraba sonriente -: ¿Querrás venir un día conmigo a cazar "Tordos"?¿Te gustan los Tordos, los has probado alguna vez?


- No - respondió.


-¿Que no los has probado, o que no quieres venir conmigo un día a cazarlos?


- No, es que no los he probado nunca.


-¿Pero te gustaría ver como se cazan?


- Sí, eso sí - dijo-. ¿Me dejarás padre?


- Pues claro, cuando tu tío quiera puedes ir con él.


-El primer día que vengamos te pasaré a buscar - dijo su tío-. ¿Qué te parece?


Bien - respondió mientras bajaba al suelo la mirada.


- Pues no se hable más - intervino su padre, que mostraba de pronto una rara impaciencia -. Ahora debemos irnos, que se hace tarde. 

Bueno hermano, ya sabes, cuando quieras puedes pasar por casa a recoger a Pablo - y tomando a éste en sus brazos, antes de alzarlo al carro le dijo:

 -Pablo, despídete de tu tío y dale un beso.

Pablo se giró hacia su tío, e inclinándose hacia él rodeó con los pequeños brazos su cuello y le espetó un sonoro beso en la mejilla.


- Adiós tío.


El tío correspondió dándole un suave pellizco en el carrillo. Después le entregó una moneda que sacó del bolsillo de su pantalón.


- Adiós Juan. Da recuerdos a la familia.


- Adiós hermano. Un día me paso a buscar a Pablo.


- Cuando tú quieras. Sabes donde estamos. 



Tardaría mucho tiempo en comprender el significado real del encuentro entre los dos hombres. Aquel fue el momento, y él el motivo que el tiempo encontró para que ambos hermanos pudieran reconciliarse después de tantos años sin dirigirse la palabra.

Riñeron por asistir a la abuela, que ya estaba muy mayor y necesitaba cuidados. Ella, primero quiso irse a vivir con su tío a la capital, pero tras unos meses de falta de entendimiento con el matrimonio decidió volverse a su casa, al pueblo. La discusión fue provocada porque su padre solicitó a la abuela que testara a su favor para poder quedarse con la casa si había de atenderla. La casa era el único bien que la abuela poseía. La abuela hizo testamento en su favor reconociendo la legítima parte a su tío, que no quiso pactar ningún valor pecuniario en vida de la abuela, rompiendo la relación fraternal con su hermano de forma violenta.

Habían pasado muchos, muchos años. Él acababa de enterrar a su padre y ahora estaba allí mismo, rememorando algo que había marcado para siempre su existencia. Se encontraba en el mismo punto de partida, en la misma encrucijada emocional con sus hermanos, con quienes había comenzado a restablecer relaciones después de cinco largos años, desde que contrajera con su padre la responsabilidad de atenderle en su enfermedad terminal.

Recordó como las lágrimas habían corrido por su rostro frente al féretro de su padre en la pequeña capilla del tanatorio, y que por unos instantes había sido incapaz de contener el sentimiento de perdida que brotaba de sus entrañas y que se transformaba en lamento en su garganta ahogada en llanto. La azafata del tanatorio, que lo había estado buscando para que firmara los papeles, observó su momento de dolor. 

- ¿Esta bien? ¿Necesita algo? - Le preguntó después de esperar un tiempo a que pasara su trance.


-No, no gracias. Estoy bien.


-¿Se encontraba muy unido a su padre, verdad? - Le preguntó la azafata del tanatorio.


-Sí; ha vivido a mi lado los últimos cinco años de su vida; con mi familia -. Y de nuevo las lagrimas ahogaron su garganta y brotaron de sus ojos con fuerza.


- No debe llorar. Tendría que sentirse muy orgulloso de haberlo hecho. No todo el mundo tiene el coraje suficiente.


- Claro que me siento orgulloso, y volvería a hacerlo si fuera necesario. Pero lo que siento es más profundo aún, pues para conseguirlo no hubiera sido necesario tanto dolor; un dolor inútil que sólo el odio consigue y que hace más difícil lo inevitable.

Ahí están mis hermanos, que siempre lo serán, pero que nunca me perdonarán haber sido el predilecto de mi padre y que cumpliera sus deseos. Era ineludible este momento, donde las aguas poco a poco toman de nuevo su cauce y volvemos a encontrarnos, pero es muy triste que tenga que ser así. Hay quien no vendrá tampoco a verlo aquí. Así de irracional es el rencor, que no hace distinciones entre padres, hijos o hermanos. Siento que al final, mi voluntad por mantener la palabra que comprometí ha triunfado y que he respondido a su valor consiguiendo de este modo que la familia vuelva a unirse. No puede haber mayor éxito. Por ello me siento así de emocionado también.

Retornó de sus pensamientos al momento presente. Una pandilla de chicos en bicicletas cruzaba el puente en ese instante. El canal venía lleno de agua para el riego. Era una tarde calurosa de verano, por lo que d
ecidió bajarse a estirar las piernas y echar un vistazo desde allí al pueblo. Su casa, la misma por la que su padre peleara de joven y que le había dejado bajo cesión por asistencia, no podía verse desde allí. Había quedado tapada por el enorme bloque de casas adosadas que habían construido delante, en la época del boom inmobiliario. Él la estaba restaurando, como su padre tuviera que hacerlo en su momento, y aquel era el hecho que le llevaba allí más a menudo últimamente.












  

No hay comentarios: