El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

domingo, 23 de marzo de 2014

LA VERDAD INCÓMODA.








 Del caudal de sus ojos brotó un alma nueva, transformada en lágrimas que corrieron desvistiendo el ornamento de su joven rostro de príncipe. Y no quiso mirar más desde su atalaya el mundo que pululaba a los pies de su fortaleza, ávido de supervivencia. Un mundo vedado para los de su estirpe con el objetivo inútil de evitar sus inclemencias y desdichas, pero que sólo el lujo de sus riquezas lo hacían parecer distinto.

Ante sus ojos absortos se llevaron al anciano, pobre y enfermo, que cada mañana acudía a la sombra de su muralla para mendigar. Se había quedado muerto al sol del mediodía, rodeado de moscas mientras se deshacía el mercado y la plaza quedaba desierta. Los guardias lo retiraron aquel atardecer, y los niños que lo descubrieron, corrían y gritaban con alborozo haciendo corro en torno suyo.


Y tras levantar la mirada hundida en el suelo, invisible por el torrente de lágrimas, el joven príncipe soportó el intenso dolor sentimental que le producía la imagen de su padre, el rey; postrado ante el lecho de su amada hija, agonizante entre aromas de sándalo e incienso. Un hombre poderoso en la juventud de su vejez, aún con bríos y templanza, mas derrotado, demacrado y humillado por la enfermedad de su hija, la cuál no podía comprar con sus riquezas, ni detener con todo su poder. 
La madre preparaba el séquito funerario de una muerte anunciada, para la cuál todos deberían estar preparados; sin reparar en fastos, sin considerar los gastos.


-Él también tuvo su séquito, aunque nadie anunció su muerte, pues a nadie le importaba - se decía el príncipe. 



Los niños, aquellos contra quienes el anciano luchaba a diario por sus crueles burlas y sus  juegos peligrosos , acompañaron sus primeros momentos de no existencia y lo recordaron en sus chácharas. Ellos lo escoltaron hasta la morgue entre gritos y cuchicheo, en desordenada procesión.

El joven príncipe no hallaba diferencia en el dolor, común en todos los hombres; ni en la seguridad de la muerte, que no hacía distinciones entre ricos y pobres, entre jóvenes y viejos.

Su vida, llena de riquezas, ya no le satisfacía. El lujo y la seguridad eran palabras huecas en su mente y la comodidad conque vivía no evitaba su sufrimiento; veía desaparecer la pureza según se apagaba la vida joven de su hermana, y cómo los placeres del amor puro y primero dejaban de ser el motor de su experiencia y el camino marcado.

Recobró su presencia y disimuló el gesto de dolor que no le abandonaba; después miró a su prometida, que sollozaba sola en un rincón, y en su mirada concentró todo el amor que por ella sentía y que desde ese momento le impediría morir a su lado.

La estrechó entre sus brazos, apretándola fuerte contra el pecho mientras con pasión besaba sus cabellos, y susurrando suave en su oído, le dijo: 

- Te amo tanto, que no podré soportar que sufras por mí. Nuestro amor ha sido puro, perfecto, pero fue la inocencia quien guió nuestros pasos. Mas ya la inocencia partió, y con ella partiré yo para comprender el resto, lo que no cabe en ella.
No puedo ofrecerte más de lo que ya te he dado, el resto no vendrá sin dolor, y no lo merecemos; nuestro amor no lo merece.






No hay comentarios: