El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

lunes, 2 de enero de 2012

Epílogo y prólogo.



He querido que mis primeras palabras de este año, en "El adiestrador de mandriles", sean de agradecimiento para todos aquellos que desde las más diversas partes del mundo, y tal vez, culturas diferentes también, han seguido su evolución durante todo este tiempo, desde que iniciara su singladura a finales de 2008. Debo reconocer que sin ellos, sin su conexión asidua y fiel, no hubiera podido desarrollar el proyecto que de forma casi inconsciente, sin saber de su magnitud, me impuse hace algo más de tres años. Todos, sin exclusión, han sido la razón y la fuerza que necesitaba para conseguirlo, y sin ellos no hubiese tenido sentido.

"El adiestrador de mandriles" nació como un deseo:
"Sólo somos como diminutos granos de arena, pero juntos formaremos una  playa. Sólo como gotas de agua que unidas forman un océano". Ese deseo comienza a cumplirse, porque aquellos granos que estaban antes dispersos, aquellas gotas de agua aisladas, se han juntado y ahora son otra cosa. Es la hora de que los montones atraigan dunas, de que los charcos se conviertan en océanos, pues la primera unión se ha logrado y es necesario expandirla. En esto los lectores tendrán de nuevo todo el protagonismo compartiendo, transmitiendo a otros el mensaje recibido.

El blog empezó como respuesta a las verdades que mi alma ha comprendido como ciertas y que no me sabía explicar sólo de una manera intelectual, puramente individual.
La posibilidad de escribir para un público abierto, desconocido, me abría las puertas para la reflexión interior que necesitaba, pero a su vez me supeditaba a su juicio y debía ser coherente con ello.

La verdad no lo es todo, no es absoluta, depende en gran medida de su propagación. Un verdad oculta, escondida en lo más profundo y oscuro de una sima, no existe. La verdad intenta siempre salir a la luz, como el cuerpo muerto salir a flote; sólo si tapamos la entrada impedimos que penetre la luz que la verdad busca; sólo si atamos nuestro ser en el fondo de nosotros mismos con el peso de nuestros miedos, evitamos que llegue a la superficie lo que no puede contener nuestro interior.

El diálogo entre la palabra y el sentimiento trata de representar nuestro propio debate interior; las palabras dan cuenta de los hechos, los sentimientos de las emociones, que son tan reales como aquellos. "El adiestrador de mandriles" es precisamente la representación formal del pensamiento interior que se produce en cada uno de nosotros: nos hacemos preguntas a las que tratamos de dar respuestas.
El sentimiento y la palabra; en ninguno por entero reside la razón que busca el entendimiento. Sólo tras conseguir éste, entre los dos se produce la pregunta obligada y la respuesta necesaria. Es muy difícil juntarlos, pero sin los sentimientos las palabras carecerían de alma y sin palabras no se podrían definir los sentimientos. De la dualidad que resulta, del binomio en el que se expresa nuestra mente, surge nuestra concepción de las cosas.
"El adiestrador de mandriles" es la consecuencia, el resultado de cavar profundamente en la sima de los sentimientos, para desenterrar las palabras que explican su porqué.

El blog, además de otras narraciones breves, ha dado cabida a la realización de una novela. Una obra que el lector a podido percibir casi como propia, pues ha seguido su pulso, su ritmo de composición a golpe de entregas. Una novela que se iba construyendo al tiempo que era leída y que daba muy poco margen para la rectificación posterior. Esta dificultad, unida a otras, propias de una obra prima y que el lector ha sabido disculpar, han hecho que se realice el milagro de "Un hombre que amaba los animales".
La novela ha terminado, pero no del todo; como la misma vida que no tiene principio ni final, sólo continuación.
Me reservo por el momento la idea de una segunda parte.

Pero "El adiestrador de mandriles" no acabará, continuará también su recorrido, que está por encima de toda satisfacción personal y que pretende un objetivo mayor, pues no es la expresión de un hecho, sino la revelación de una verdad. Una verdad que reside en cada uno de nosotros y que nos negamos a aceptar porque aquello que llamamos "realidad" nos la niega.



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