El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap. 51


Al mismo tiempo que las primeras luces del alba rasgan la oscuridad de la noche, comienzan las baterías a machacar con sus obuses las alturas de la sierra. El silencio absoluto que el frescor de la madrugada ha impuesto sobre todas las especies, incluidos los hombres, que se echan por encima sus mantas y capotes para protegerse de él, se rompe de golpe con la primera detonación. Un estruendo continuado que durará un par de horas y que será rematado por las descargas mortíferas de la aviación, comienza entonces.

-¿Qué sabemos de la IV de la Legión y de los de la 10ª, Vázquez? - Le pregunta José.

-De momento todo marcha según lo previsto. El espacio que dejamos abierto ha sido cerrado y esperan también que cese el fuego de la artillería para entrar en acción -. Contesta Vázquez -.

-Bien - les dice José a sus oficiales -. Sabemos que allí arriba disponen de dos piezas antiaéreas Skoda de 76 mm., dos cañones Schneider de 75 y un obús de campaña Vickers de 105. Esta batería, junto con una sección de morteros, está dispuesta para controlar toda la vaguada. Cuanto antes tomemos nosotros la cima antes cesará la sangría de hombres ahí abajo. La mayor dificultad se encuentra en el espacio que separa esta primera cota visible, del cerro mayor; aunque para entonces estaremos fuera de su fuego artillero, lo que será nuestra única ventaja. Pero antes tendremos que abrirnos paso entre las fuerzas que queden activas después del bombardeo. Los nidos de ametralladora los reventaremos a golpe de granadas. A mis órdenes entrará en contacto la primera sección de tiradores; tras ella la segunda, adelantando las filas. Esperemos que para entonces los de la IV Bandera hayan ganado la vaguada y que los de la 10ª de Falange contrarresten con sus baterías el fuego de allí arriba, para que puedan cruzar el arroyo y ganar la ladera.



La cima de la primera loma se vislumbra con claridad entre los pinos y las encinas que crecen en la ladera. Más allá se abre un claro que deja ver la pared rocosa levantándose por encima, sobre la que se estrellan los proyectiles provocando espesas nubes de polvo y de trozos de piedra volando en todas direcciones.
José espera el cese total de las cadencias de disparo de las baterías para mandar a sus hombres al combate. Cuando esto sucede, salta el primero de su refugio y a golpe de silbato y acompañado siempre por Berta lanza a sus hombres a la escalada sobre la primera cota; a la carrera por un terreno empinado, donde ganar o no la distancia entre árbol y árbol significa vivir o morir.
A fuerza de bombas de mano consiguen llegar arriba después de neutralizar una Maxim que les cierra el paso por 
el ala derecha.

La mañana es calurosa y el sol golpea de soslayo sobre aquella posición impidiendo una visión adecuada del ala izquierda del enemigo, situado en la cima. Los proyectiles de los morteros republicanos comienzan a caer sobre sus cabezas y se abre un intenso fuego de ametralladoras desde allí arriba. Contra toda lógica, José tira de sus hombres hacia delante en una escalada mortal, sorteando el fuego de fusilería hasta llegar a la pared frontal del cerro y quedar fuera del alcance de los morteros. Caen algunos hombres, pero la mayoría de los de la primera oleada consiguen con éxito el objetivo. Mas, cuando la segunda oleada comienza la escalada, un intenso fuego de morteros irrumpe de pronto en medio de la avanzada. Los hombres saltan por los aires envueltos en enormes explosiones de tierra que hacen imposible el avance, mientras las ametralladoras desde la cumbre, como la guadaña siega el heno fresco, se llevan las vidas de los soldados detenidos en medio del claro por el fuego amigo.


-¡Joder, que coños pasa! Ese fuego proviene de los nuestros - exclama Sergio  -.
Una fuerte descarga impacta a pocos metros por encima sobre la pared rocosa y un montón de tierra y cascotes caen sobre los dos.

-¡Esto es cosa de ese hijo puta de mi pueblo! ¡La madre que lo trajo al mundo! - Dice José. - ¡Esta vez lo mataré!


El fuego de morteros provenientes de su retaguardia sigue impidiendo el despliegue de la segunda sección, que ha perdido varios hombres en el primer intento.




-¡Deberían estar disparando sobre la cima! - Exclama Sergio -. ¡Nos van a hacer papilla! Te aseguro que esta vez, si no matas tú a ese hijo puta, lo haré yo. ¡Me cago en "tos sus muertos"! -
José no puede reprimir una risa maliciosa, que en nada gusta a Sergio.

-Sí, encima tómatelo a broma. Ese cabrón se ha pasado de la raya esta vez, y no se te ocurre otra cosa sino echarte a reír. 

José continúa haciéndolo, pues no puede reprimir lo cómico que le resulta ver a Sergio enfadado.

-No me río por nada, sino de ti - le dice José -. Te pones muy cómico cuando te enfadas así. Pensabas que lo de nuestro "amiguete" era sólo pura obsesión mía. Ahora comprendes que nunca vendrá a mí cara a cara, pero que intentará eliminarme, aunque para ello tengan que morir otros. Te das cuenta de lo ruin y lo miserable de su persona y eso te saca de tus casillas. Pero no te preocupes, contaba con sus artimañas; sólo retrasará nuestro plan unos minutos, mas por esta traición tendrá sentido mi venganza.

-Joder José, que no estamos en una pelea personal, esto es muy serio . 


El fuego de los morteros y de las baterías de la décima comienzan a alcanzar las alturas del cerro contrarrestando el fuego graneado iniciado desde allí, dejando de nuevo abierto el corredor desde la loma hasta el cerro principal.
La segunda sección, con Vázquez a la cabeza, se echa de nuevo a la carga para ganar la pared rocosa. José despliega a sus hombres de un lado al otro sobre su base, que empiezan a escalar por las zonas más erosionadas y de escasa vegetación aprovechando cada hoyo, cada grieta, cada desnivel favorable para protegerse en su avance del fuego enemigo. Así van ganando metro a metro la empinada ladera, llena de socavones naturales, grandes piedras y arbustos espinosos. Los aviones nacionales comienzan a llegar en oleadas ametrallando las alturas hasta hacer callar con sus bombas los cañones. Nada sobre la superficie de la colina parece que pueda sobrevivir, ni siquiera la poca vegetación existente que ha vencido antes a los elementos de la naturaleza para implantarse sobre ella. 

El bombardeo incesante de los aviones los mantiene parados, tirados cuerpo a tierra a pocos metros de la cima. José y sus hombres creen que todo les resultará más fácil a partir de ahora, pero en el momento inmediato a la última descarga de la aviación, los republicanos se lanzan en un contraataque inesperado contra las fuerzas asaltantes a golpe de bombas de mano y a la bayoneta calada, que los obliga a retroceder. Ambas secciones se entremezclan por el empuje de las fuerzas republicanas, que armadas con un inexplicable valor comienzan a recobrar algunos metros. Los hombres de José intentan contener la embestida sin descomponer demasiado sus filas, para evitar cualquier penetración enemiga que pueda poner en peligro la entrada en juego de la IV de la Legión. Mientras tanto el Fortu sigue empleando inútilmente sus baterías contra la cima del cerro sin mandar ninguna otra ayuda adicional.
José, empeñado en la lucha, se acuerda de la madre de su paisano porque ahora necesita de verdad su ayuda; su ala izquierda se empieza a debilitar y son necesarios relevos con urgencia.  "El mal nacido del Fortu sabe lo que se hace" - piensa -. "Lo que pretende es llevarse los galones, y con el menor riesgo posible". 


Y así es, el Fortu pretende entrar en auxilio de los hombres de José, pero sólo si éstos son desbordados en algún punto, mientras tanto los suyos no abandonarán por nada las posiciones.
José intenta llegar hasta el ala izquierda desplazándose con unos cuantos hombres desde el centro, pero la lucha es encarnizada y por el momento no está controlada la situación en su sector. Los esfuerzos por romper por el centro el contraataque republicano comienzan a dar sus frutos cuando secciones de la IV Bandera de la Legión irrumpen en el combate desde el ala derecha para ayudarlos. José se desplaza entonces con un pelotón hasta el otro lado, donde apenas resisten ya la penetración de las fuerzas republicanas, que detienen el avance con su llegada.
Durante unos breves, pero vitales e intensos minutos de combates cuerpo a cuerpo, las lineas republicanas comienzan a ceder terreno dejando tras de sí una carnicería espantosa. La lucha por la conquista del cerro se llevará a uno de cada dos hombres en el combate.

Los republicanos no pueden retroceder, la artillería nacional sigue machacando sus alturas y la colina se está convirtiendo en su mortaja. Pero inexplicablemente, como muertos levantándose de sus tumbas, aparecen más y más soldados republicanos que se lanzan a la carga tras salir de las cuevas que les sirven de refugio y donde han permanecido ocultos al fuego aéreo y de la artillería. 
Otra vez el empuje republicano obliga a las fuerzas nacionales a retroceder en la escalada. José y sus hombres sufren un nuevo revés y en el repliegue Berta cae herida por un disparo que ha alcanzado su cuello, por donde chorrea la sangre. José se lanza sobre ella para retirarla hasta una posición más segura, y desgarrando las mangas de su camisa aplica un fuerte vendaje en su cuello para cortar la hemorragia. El disparo ha sido limpio y providencial, la bala ha entrado y salido atravesando los amplios pliegues de su piel sin afectar a ningún órgano; enseguida se recupera y juntos vuelven a la refriega.
Por suerte y al fin, los falangistas de la 10ª Bandera aparecen con sus armas automáticas. José empuja a los suyos a un esfuerzo límite, casi sobrehumano para ganar la cima; quiere que sus hombres la tomen primero, no  dejará para su enemigo la gloria de conseguirlo después de las bajas sufridas por su culpa.
Los moros de José, especialistas en la lucha cuerpo a cuerpo, rompen definitivamente las lineas republicanas apoyados por los legionarios y alcanzan la cumbre del cerro, totalmente desolado, calcinado por los bombardeos, con las piezas artilleras inutilizadas y un montón de cadáveres diseminados alrededor sobre el terreno. El resto de las fuerzas republicanas, empujadas por los legionarios desde el ala derecha y embolsadas en el lecho de la pared rocosa del cerro, comienzan a rendirse.

El Fortu alcanza la cima a la cabeza de la segunda sección de su compañía; los combates han cesado antes de su llegada. Transportan a lomos de mulos las piezas ligeras de montaña, los morteros de 80mm y las ametralladoras pesadas, para colocarlas en el nuevo emplazamiento.

Va con el pecho totalmente descubierto, con su camisa azul mahón desabrochada, empapada en sudor bajo los correajes de las cartucheras y del "naranjero", que cuelga a su espalda. El pelo alborotado y una ancha sonrisa de oreja a oreja, afilada por la burla de sus ojos verdes al ver delante de él a José, que le espera.


-Hola camarada - le dice Fortu cuando José cuando está a punto de llegar a su encuentro -. Nos ha costado, pero lo hemos conseguido.

José salta sobre él y le lanza un gancho de derecha que lo derriba.

-Te lo dije; te dije que si ponías de nuevo a mis hombres en peligro te mataría - y le propina una patada mientras está en el suelo -. ¡Vamos cabrón, levántate; defiéndete porque te voy a matar!

Berta es apartada de la pelea, pues tras el primer movimiento de José, se lanza sobre el Fortu y le muerde mientras éste permanece en el suelo. Mantendrá un desaforado ladrido todo el tiempo que dure la pelea.  
José aparta con el pie, lo más lejos que puede, el "naranjero" que se le ha caído al Fortu en el encontronazo y se retira un par de metros esperando que se levante. El Fortu mira a su alrededor, ve que los hombres hacen corro esperando el desenlace sin moverse. Es inútil recurrir ahora a otros para desembarazarse, depende únicamente de sí mismo; sus oficiales dejarán que demuestre su valor, no van a enfrentarse contra sus compañeros de armas por los problemas personales de sus mandos. 


Se levanta, y como si de un toro bravo se tratase, embiste a José, que lo espera sin moverse del sitio decidido a contener su empuje. El choque provoca que José tenga que retroceder un par de metros agarrado a él por las axilas, hasta que detiene su embestida. En un movimiento rápido consigue zafarse del Fortu y le golpea repetidas veces con los dos puños el hígado y los riñones, consiguiendo que se pliegue. Al hacerlo cae sobré José, que lo "caza" con un gancho de derecha descendiente que se estampa en la parte superior de su mandíbula, muy cerca del oído. El Fortu cae al suelo mordiendo el polvo. José lo remata dándole patadas hasta que sus oficiales consiguen quitárselo de encima.

Mientras los suyos levantan del suelo al Fortu José le grita:
-¡Eres "un mierda". Sin tus traiciones, tus artimañas y tus matones no eres nada. Te refugias detrás de un uniforme y de unos símbolos, pero sólo eres un asesino a quien nadie había plantado cara todavía!

Sergio, Jimenez y Vázquez tratan de sujetar a José, que ciego de ira pretende seguir dando a su paisano lo que según él se merece; y su deseo es darle muerte.
Intenta soltarse de sus hombres, pero no lo consigue.

-¡La próxima vez no te escapas hijo de puta!¡Te voy a matar, lo juro; te mataré! - Le grita José.

-¡Tranquilízate joder! - le dice Sergio - Vale ya; le has dado lo que se merecía, déjalo ya.

-No, no vale; por culpa de ese mamón llevamos ya demasiadas bajas. Me importan tres cojones quienes le  protejan, no permitiré que nos siga machacando, antes lo mato.

-Debes tranquilizarte, esto no puede afectar a nuestros hombres más tiempo. Tienes que terminar con ello - le aconseja su amigo -. José se relaja entre los brazos de sus compañeros, que lo sueltan tras comprobar que se ha calmado. Se recompone la ropa y se sacude el polvo con la gorra. Berta queda libre y acude rápida hacia él, que comienza a acariciarla mientras comprueba el estado del vendaje que le ha aplicado.

-Cuidado José, tiene una pistola -. Grita Vázquez.

José se incorpora de la postura de cuclillas en la que se encuentra mientras acaricia a Berta, y dándose la vuelta mira al Fortu, que desde la orilla de la ladera le apunta con su arma. Tan sólo una docena de metros los separan, pero José comienza a caminar hacia él sin dejar de mirar a sus ojos, incrédulos ahora, ahogados en la angustia de sentirse por vez primera solo ante sus decisiones.
Llega con Berta a su altura y se para delante del cañón alzado contra su pecho.

-Vamos, dispara gilipollas - le dice José a su enemigo mientras Berta le enseña todo el poder de sus mandíbulas -; haz algo por ti mismo aunque sea la última vez. No tengas miedo, no te ocurrirá nada, eres irresponsable ¿verdad?. Venga, dispara, ¿o es que no tienes cojones para disparar a un hombre a sangre fría?¿Creía que en eso eras un especialista?

El Fortu lo mira sin pestañear, pero su mirada delata el terror que sufre por dentro. Está acabado, después de aquello nada volverá a ser lo mismo para él. Ha sido totalmente descubierto y esa sensación de indefensión hace que le tiemble el pulso. José da un par de pasos más hacia él, que presionado por el terror retrocede acercándose al borde de la ladera. José se detiene entonces, y casi sintiendo temblar el cañón del arma sobre su pecho, le espeta: 

-Sabía que eras un asesino, pero además compruebo que te falta valor, que eres un cobarde y que sin cómplices no significas nada. A otros hombres su miedo les ha llevado a hacer cosas heroicas, pero a ti te ha conducido directo al crimen para poder superar tus complejos y lograr tus viles ambiciones. Tu odio a los indefensos y tu afán de protagonismo y poder te colocó pronto en las JONS para hacer de las tuyas; en eso si que llegaste muy lejos, hasta Barcelona. Pero allí las cosas no eran como en el campo, en las calles se combatía y eráis minoritarios, los de la CNT mandaban incluso en las cárceles. Y cuando se produjo el golpe y abrieron las cárceles en Barcelona aprovechaste para cambiar la chaqueta, aunque realmente nunca dejaste de trabajar para los tuyos.
Has sido un asesino en los dos bandos y te has enriquecido con la muerte de otros, como en Algairén. Tu falta de escrúpulos te ha llevado a traicionar a quienes te protegieron para enriquecerte a su costa y además pasar por héroe ante quienes te pagan. Y por tu culpa está aterrorizada mi novia, a quien has pretendido con toda tu soez, y mi amigo Alfredo desaparecido, acosado por tus amenazas. Por eso es mejor que dispares ahora si es que aún te quedan cojones, que no lo creo. Aunque será igual, todo el mundo te conoce ya, saben que has jugado con dos barajas y que has hecho trampa. Estás acabado. 

José espera la reacción de Fortu durante unos segundos tensos, interminables. Después se da la vuelta y comienza a caminar hacia los suyos. El Fortu aprieta el gatillo de su pistola pero ésta se encasquilla. José se vuelve de nuevo.

-Sabía que eras un cobarde -. Le dice mientras se va hacia él. El Fortu intenta que el carro de la pistola recobre su posición, pero el casquillo ha quedado atravesado impidiendo el retroceso. Quiere también despegarse de su oponente, que casi está llegando a su altura, y comienza a retroceder caminando hacia atrás sin percatarse de lo cerca que está de caer al vacío desde la cresta de la colina. José trata de avisarle indicándole con los brazos extendidos que pare, pero el Fortu, obstinado en recargar su arma mientras camina de espaldas, tropieza con uno de los múltiples cadáveres que yacen en la cima, y sin poder evitarlo cae de espaldas al fondo del barranco.





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