El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

domingo, 23 de octubre de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap 49





-¿Cuantos hombres hemos perdido? - Preguntó José tras conseguir estabilizar las posiciones conseguidas después del contraataque.

-Hemos perdido doce hombres - aseguró Sergio -. Y otros tantos han quedado fuera de servicio debido a sus heridas.
 ¡Joder! ¿Que coños hacen esos farsantes de la 10ª? ¿No cubren ellos el flanco izquierdo? Deberían haber entrado en acción al mismo tiempo. Nuestros hombres aguantaron demasiado tiempo luchando solos en aquel ala.

- Todo se lo debemos a mi paisano, como siempre - siguió José -. Ahí lo tienes, nos manda recuerdos.

-¡Joder con tu paisano de los cojones! Empieza a cansarme esta historia. No teníamos con qué entretenernos y encima esta otra guerra.

-No te preocupes Sergio; a mi ya no me motivan en sentido alguno sus fechorías. No entraré al trapo, es lo único que pretende. Pero espero el momento en que cometerá un error, entonces caeré sobre él de una vez por todas. Sabe que no puede librarse de mí, que quienes mandan conocen lo nuestro y que por eso estamos juntos otra vez.  Yo sólo espero saciar mi sed de venganza, se trata de una cuestión personal; como cientos, como miles, millones de cuestiones personales que han hecho aflorar este conflicto y que terminarán con él. Estoy convencido de que ya me da igual todo, y que nada más quiero ver acabar esta guerra, no sin antes haber terminado yo con la mía.

-Es un juego muy peligroso José - le dijo Sergio -. No te olvides de que es la vida de otros hombres la que estáis poniendo en juego. Y no tenéis ningún derecho.

-Perdona Sergio, pero, ¿qué derecho asiste a quienes nos mantienen en masa enfrentados a tiro limpio en éstas malditas sierras? Ellos son los auténticos culpables. En una guerra hablar de derechos a veces resulta algo grotesco, casi cómico, porque los derechos se ganan o se pierden en ella. Se lucha por ellos y se mantienen mientras se vive. No me hables de derechos, creí que estabas de mi parte.

-Y lo estoy, pero me resulta difícil aceptar que teniendo enfrente un enemigo de quien ocuparnos, tengamos que hacerlo también por quien debería cubrir nuestras espaldas.

-La batalla nos pondrá en nuestro sitio a cada uno y habrá un momento en el que él tendrá que decidir - dijo José -. Espero con ansiedad ese momento porque se que llegará. Entonces jugaré mis bazas.

La contraofensiva nacional fue lanzada el día seis de Agosto. En el sector norte, entre Mequinenza y Fayón, la 42División republicana debió retroceder sobre sus pasos empujada hacia el Ebro, el cual no cruzó en su totalidad al ceder y desarmarse los puentes, incapaces de soportar un tránsito tan precipitado y copioso. Muchos hombres fueron hechos prisioneros, y la bolsa propiciada por aquella fallida maniobra de entretenimiento del ejército republicano, quedó cerrada.




Pero por el centro las cosas pintaban de otra manera. Los republicanos se habían atrincherado utilizando las facilidades que el terreno les ofrecía, ocupando las laderas y las cotas más altas de las sierras de la Terra Alta. Los contraataques se saldaban con un gran número de bajas por ambos bandos, sin que se movieran apenas las posiciones. A pesar de los continuos bombardeos y el duro castigo de la artillería, la resistencia republicana era encarnizada y seguía rechazando cada una de las embestidas.

La guerra se encontraba en un momento crucial y la República estaba aprovechando el tirón de moral que había proporcionado el exitoso cruce del Ebro. Los ejércitos nacionales detuvieron su ofensiva sobre Valencia, lo que suponía por sí mismo un triunfo importante para el gobierno republicano, que tomaba oxígeno ahora mientras acariciaba la idea de dar la vuelta a la situación calamitosa en la que se encontraba y ganar la guerra, o al menos enlazarla con el inevitable estallido en Europa de un conflicto general del que la batalla del Ebro podría ser su primer combate.


Azaña y Negrín compartían la creencia de que una victoria en el Ebro decantaría a Francia e Inglaterra por la intervención directa en el conflicto para combatir el avance que los totalitarismos de Hitler y Mussolini estaban consiguiendo en España, que ayudaban al bando sublevado con la clara intención de hacerse con la hegemonía europea. La República creía que su resistencia en el campo de batalla suponía la única garantía para conseguirlo, pues estaban seguros de que la voracidad y las ansias expansionistas de Hitler no se calmarían permitiendo que se anexionara parte de Checoslovaquia. El pequeño territorio de los Sudetes sólo era la escusa para la invasión de un país democrático centro-europeo, que valientemente había apoyado a la República desde el principio del conflicto. Pero para Francia e Inglaterra, el triunfo final de una república apoyada por la Rusia de Stalin tampoco era algo que desearan. Las potencias democráticas veían con peores ojos al régimen comunista soviético que a los totalitarismos alemán e italiano, a quienes creían más manejables dado su entronque capitalista y burgués. Tal vez pensaran que sus líderes eran eufóricos oradores que encandilaban a las masas en un momento propicio para ello, y que cediéndoles un poco del protagonismo que deseaban se calmarían sus pretensiones. Mas, se equivocaban. Hitler llevaba a cabo un plan perfectamente diseñado y que comenzaba a dar sus frutos. No era una mera fachada tras la cual no se escondía nada. Su revolución, como la fascista en Italia, habían surgido sin conflictos sangrientos aparentes y sus pueblos los acogieron con entusiasmo. Pero la violencia soterrada había sido el embrión que propició su alzamiento social.


El calor era atroz y el agua un bien demasiado escaso en aquel terreno encrespado y boscoso, que se convertía en un horno para los combatientes durante las horas centrales del día. Las líneas defensivas se perdían a lo largo del paisaje quebradizo bajo un sol de plomo, y los soldados volvían a sufrir las inclemencias del tiempo estival unidas a la intensidad de los combates, lo que los hacía más desesperados.



-Sergio, hemos de tomar esa vaguada si queremos avanzar. Pero tiene que ser por la noche, cuando la oscuridad impida que seamos vistos. Si queremos alcanzar esa cota debemos ganar la ladera antes del amanecer.

-Prepararé a los hombres - dijo Sergio -.

-Quiero los hombres más destacados en el "cuerpo a cuerpo" en cabeza, y los mejores tiradores detrás - le comunicó José -. Bajaremos en columna de a dos en el más absoluto orden y silencio, y cuando alcancemos el valle nos abriremos en abanico de un lado a otro para empezar a escalar la ladera al mismo tiempo. Deberemos tener cuidado con el fuego de morteros una vez que comiencen los disparos, aunque tengamos una ventaja relativa por encontrarnos demasiado por debajo de sus lineas de disparo. Aún así los nidos de ametralladora son los puntos claves, siendo imprescindible neutralizar su fuego cruzado. Para ello quiero a los mejores tiradores, a los que habrá que posibilitarles su posición y cobertura. Recuerda que no iniciaré el ataque hasta que haya cesado el fuego artillero, ese será el momento en que "to Dios" deberá estar preparado.

-No creo que ahí abajo nos esperen sólo las liebres y los gazapos -. Dijo Sergio.

-Ya lo se - afirmó José -. Por ello es por lo que he dispuesto así la formación de los hombres. Berta irá conmigo en cabeza, su olfato no falla.

-¿Y que pasa con los de la 10ª? - Le preguntó Sergio.

-Avisaremos a ese cabrón, pero no antes de que pueda pensar en otros planes. Le obligaremos a ir detrás de nosotros aunque no quiera.

-Te la estás jugando José; si sale mal todas las culpas recaerán sobre ti por no haber coordinado con tiempo la operación.

-Buscamos el momento propicio para el ataque y tratamos de adelantarnos - le dijo José -; no saltamos a la primera oportunidad que se nos presenta de forma improvisada. ¿Por qué iba a fallar?

-No lo se; esos tipos de ahí arriba saben defenderse.

-Ya, pero limitándonos a continuos choques frontales desde nuestras posiciones contra las suyas, sólo conseguiremos ganar los metros que el número mayor de hombres entregados a morir permita. En la distancia entre nuestras lineas y las suyas está nuestra desventaja. Debemos evitar todas las bajas posibles en cada acción, causando al enemigo el mayor número de ellas que podamos; y por esto debemos adelantarnos a la acción de su artillería.

-¿Llego a tiempo? - Preguntó Vázquez.

-Sí, como siempre - dijo José -. Sergio te informará del plan para esta noche.

-¿Yo creí que descansábamos? - Dijo Vázquez con sorna.

-Pues no - le contestó Sergio -; nos vamos de excursión.

-No es para tomarlo a cachondeo señores, no podemos permitirnos fallos - les dijo José poniéndose un poco más serio -. Aquí no escaparemos tan fácilmente del enemigo como en el puente minero de Utrillas, así que preparad todo minuciosamente y elegid adecuadamente a los hombres que irán en cabeza. Bajaremos ahí a media noche, la falta de luna ayudará a camuflarnos. Quiero también que adelantéis una hora el "rancho", sólo esperaremos a que la noche se haya cerrado para entrar en acción. Por eso, poner en marcha el dispositivo rápidamente. Yo iré a informar a la 10ª de nuestra maniobra para que cierren el flanco.

-Vas a ir tú a negociar con ese mamón - dijo Sergio -. Me temo lo peor.

-No te preocupes Sergio - le contestó José con rotundidad -, es a mí a quien corresponde hacerlo. Ramirez vendrá conmigo. No me fío en absoluto de ese cerdo y no quiero pillarme las manos. Si no le comunico nuestros planes tendrá todas las escusas para jodernos si puede.

-Y si no también, menudo hijo de su madre, le importamos un carajo.

-Por eso no podemos dar con él un paso en falso. Si fracasa la operación, que no sea por nuestra ingenuidad -. Le contestó José.

A la hora de repartir la cena, José aprovechó para acercarse con Ramirez y Berta hasta las lineas de la primera compañía de la 10ª Bandera, que comenzaban donde terminaban las suyas. Saludaron al primer soldado que encontraron y le preguntaron por su capitán. El soldado los condujo personalmente hasta el puesto de mando.

-Señor - dijo el soldado cuando llegaron donde se encontraba el Fortu, que  en esos momentos estaba de espaldas hablando con varios de sus hombres al mando -. Estos dos oficiales preguntan por usted.

El Fortu se dio la vuelta, y sin dar muestras de sorpresa dijo: 

-¿Hombre paisano, pensé que no ibas a pasar a verme?

-Pues ya lo ves - le dijo José -, en cuanto me he enterado; que no será porque no te haces notar.

-Ya, lo dices por lo de esta mañana; bueno creí que os bastabais solos.

-Hombre, cada uno tenemos suficiente trabajo en nuestro sector, pero no luchamos de forma separada; la linea del frente es continua y unos defendemos los extremos de los otros; como ha sido siempre. Te presento a mi ayudante, el teniente Ramirez.

-Mucho gusto camarada - dijo Fortu dirigiendo una fría mirada a Ramirez -. ¿Decías José? ...Ah sí: no disponía del apoyo de los tanques, no quise adelantarme por esa razón.

-Sí, pero dejaste un hueco abierto que nos costó unas cuantas bajas para cerrarlo. Deberíais haber estado allí para cubrirlo. Los legionarios por el otro ala nunca fallan, no entiendo porque siempre los problemas surgen con vosotros. Pero me da igual, sólo vengo a decirte que esta media noche lanzaré a mis hombres sobre esa vaguada.

-Y quieres que nosotros estiremos nuestras lineas para cubrir el flanco - replicó Fortu -.

-La 4ª de la Legión lo hará por el otro extremo;nosotros realizaremos la primera oleada de penetración sobre sus líneas, detrás entrara en acción la IV y después vosotros cerraréis la operación adelantando vuestras baterías y las secciones de morteros.

-Supongo que tendrás las órdenes correspondientes - le preguntó Fortu -, que no actuarás por tu cuenta.

-En esta operación no hay órdenes específicas - contestó José -. Se trata de ganar el terreno que media entre nosotros y ellos antes de que empiece la ofensiva al amanecer. De no actuar ahora, perderemos muchos hombres otra vez y no conseguiremos escalar esa ladera.

-¡Me gusta, si señor. Me gusta! - exclamó Fortu - Y yo que pensaba que a ti esto de la guerra no te iba, compadre, pero veo que no desaprovechas la oportunidad de ganar méritos.

-¡Para, para el carro! - respondió José - No se trata de méritos, sino de salvar la situación de la manera más favorable. Vosotros tenéis las baterías antiaéreas y las piezas contra carro, es cuestión de lógica que nosotros vayamos delante. Sólo he venido a asegurarme de que podréis cubrir nuestras cabezas cuando empecemos la escalada. Tomaremos la cota y aseguraremos el terreno para que podáis ascender y posicionaros de nuevo.

-Faltaría más - le dijo Fortu -. Pero me choca de verdad que me digas que vienes a asegurarte; en el último momento, cuando apenas queda tiempo para entrar en acción... Muestras más confianza con tu perro, al que veo te acompaña a todos lados-. Berta le lanzó un ladrido.

-Tómalo como un cumplido. Al fin y al cabo te lo debía por lo de esta mañana.

El Fortu mostró una malévola sonrisa, no falta de cierto escozor y resentimiento, pero actuó como si formara parte del juego habitual entre camaradas diciendo:

-Vale, vale, de acuerdo; no puedo decir que no hayáis contado con mi ayuda, aunque haya sido un poco tarde. Bien - les comunicó Fortu -, ¿a qué hora comenzaréis a descender sobre la vaguada?

-Sobre la media noche, aprovechando la máxima oscuridad - dijo Ramirez.

-Joder, apenas me dais tiempo. Pero vale, pondré en marcha a mis hombres ahora mismo. ¡Gómez, reúna a los oficiales! Y traiga una botella de brandy y unos vasos. Brindaré con nuestros amigos.

-No tenemos tiempo para entretenernos; mis hombres están preparados; debemos irnos -. Dijo José.

-Pero camarada, no puedes despreciar un brindis, acabamos de realizar un trato - insistió Fortu -.

-No hay ningún trato. Mi obligación era avisarte. Soy un hombre serio que seguiré sin fiarme de ti -. Le replicó José.

Acto seguido José y Ramirez  realizaron un saludo de despedida y regresaron a las posiciones que sus hombres ocupaban.





-¿Cómo ha ido todo? - Les preguntó Sergio.

-Bien - contestó José -. Está dado por enterado. Le jode que le robemos protagonismo y que no contemos con él, pero no le queda otra.

-¿Crees que pondrá en peligro a nuestros hombres?

- No lo se. De todos modos, nosotros no podremos evitarlo.

-Yo tampoco me fío de ese bravucón - dijo Ramirez -, pero él tampoco tiene otra alternativa y el plan es una buena opción.

-Bien, dentro de un rato estaremos ahí abajo. Preparad los últimos detalles y poned a los hombres en disposición. Yo iré a comer algo con Berta e inmediatamente estaré con vosotros -. Les dijo José.







    
  

No hay comentarios: