El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

sábado, 22 de enero de 2011

Un hombre que amaba los animales. Cap. 32





José desplaza a sus hombres desde el cementerio viejo  al sector de la Muela, combatiendo en toda la linea del frente hasta enlazar con la IV de Navarra.  Aquellos momentos coinciden con un feroz contraataque republicano sobre los sectores de Concud y El Muletón, reforzado con brigadas de la 25 División y también de la 46 del Campesino, que acaba de llegar con el V Cuerpo de Ejército.  José y sus hombres tienen que emplearse a fondo en la lucha antes de llegar al sector de la Muela, pues la nieve y el frío extremo siguen afectando a las divisiones de Aranda, que varadas sobre las llanuras de Concud sufren severas bajas que les impiden avanzar. 
El día tres de enero de 1938 es evacuada la población civil por las fuerzas republicanas, las cuales recrudecen su presión sobre los reductos que aún resisten en la ciudad: el Hospital de la Asunción, donde están refugiados los del Gobierno Militar con mil quinientos civiles, y el Convento de Santa Clara con aquellos que han logrado sobrevivir en la defensa del Seminario.

José consigue enlazar con la Muela el día seis por la mañana. Allí se combate sin tregua para defender la alta planicie desértica de las embestidas republicanas; un objetivo en el que Rojo se ha enconado de manera absurda en un choque frontal que sólo conseguirá contener por un tiempo la presión de las divisiones de Varela, y que supondrá un sacrificio inútil de las mejores fuerzas de relevo, lo que a la larga terminará debilitando al Ejército de Maniobra republicano. Una vez empleados ahora todos sus efectivos, Rojo se queda sin reserva.

Quienes querían escapar de Teruel tenían buenas razones para ello. Su lucha no solamente era heroica, era también desesperada. Seguros estaban de que no sobrevivirían a la rendición de la plaza, pues casi todos ellos eran responsables de la enorme represión que había sufrido la ciudad tras el alzamiento militar del treinta y seis. Recientes estaban los asesinatos en la plaza del Torico y en los pozos de Caudé, donde exterminaron a todos aquellos considerados enemigos políticos y simpatizantes de la República, y eran conscientes de que para ellos no habría perdón si caían en manos de los republicanos, pues ni el mismo Dios misericordioso se apiadaría de sus almas. Tan graves eran las culpas que acumulaban en aquellos momentos, cuando Rey d´Harcourt había negociado ya la rendición de Teruel con Hernández Saravia, jefe del Ejército de Levante.
Hernández Saravia era el encargado de la dirección táctica en el teatro de operaciones de la batalla. Pertenecía al arma de artillería y era el general de carrera más fiel al espíritu republicano. Había sido secretario personal del presidente Azaña y jefe de su gabinete militar cuando éste era Ministro de la Guerra, durante la presidencia de la República de Alcalá Zamora. Jugó un papel importante en la des-articulación del golpe militar del general Sanjurjo en 1932 y fue responsable de la represión de Casas Viejas. Durante unos meses, después de la sublevación militar, asumió la cartera del Ministerio de Defensa, y en aquellos momentos dirigía las operaciones bajo el mando de Vicente Rojo, su superior en el Estado Mayor del Ejército.    



La décima bandera de Falange logró incorporarse a primera hora de la tarde; llegaba algo mermada a causa de los duros combates y de las bajas por congelación. José había recogido ya las órdenes del plan de fuga, según el cual tendría que abrirse paso con sus hombres por la famosa Escalinata de los Amantes para salvar el fuerte desnivel existente entre la estación de trenes y el centro de la ciudad. La Escalinata, construida en un preciosista estilo mudéjar a principio de los años veinte, resistía estoica a pesar de los fuertes combates, pero suponía un desfiladero de muerte para quien pretendía rebasarla.
Los republicanos habían colocado francotiradores en los edificios colindantes y en el Paseo del Óvalo, donde estaban enclavados también los reductos nacionales del convento de Santa Clara y el Hospital de la Asunción.
Desde el hospital se dominaba también la Escalinata, ya que ésta desembocaba en el Paseo del Óvalo, prácticamente frente a él, por lo que el fuego enemigo de aquel lado podía ser contrarrestado desde dentro aunque fuera sólo por un tiempo; aquel que era necesario para abrir un corredor por la Escalinata hasta el Hotel Aragón, situado entre los almacenes Asensio y la estación de autobuses, muy cerca de la Plaza del Torico.

La misión de quienes tendrían que evadirse consistía en llegar por sus medios al paseo del Óvalo apoyados por el fuego de cobertura desde dentro del edificio. Una vez allí,  después de que la artillería hubiese neutralizado las piezas antitanque y las ametralladoras republicanas que controlaban el paseo y los hombres de la 62 ocuparan las posiciones de los francotiradores, José garantizaría con los suyos el cruce del paseo del Óvalo hasta la Escalinata y toda ésta, para que los liberados pudiesen llegar hasta sus líneas.




Primero, en medio de la oscuridad de la noche la artillería desata su furia de manera selectiva sobre las posiciones republicanas en el paseo del Ovalo, y desde el Seminario hasta el Gobierno Civil crea una cortina de fuego impenetrable para sus fuerzas. Los republicanos reorientan sus baterías hacia el exterior, desde donde reciben el castigo del enemigo, y dejan aquel sector desprotegido.
Es el momento en el que José y sus regulares entran en acción tratando de recorrer el escaso pero letal espacio que los separa de sus posiciones hasta la Escalinata. A sus flancos, los falangistas de la décima bandera se emplean al máximo para captar la atención de los francotiradores apostados en los edificios colindantes y conseguir apartar su mirada de la Escalinata, por la que ya han empezando a subir los primeros hombres de José, que caen bajo el fuego cruzado de los tiradores cuando intentan superar el descanso del primer nivel.
Una ametralladora cierra el paso a los falangistas del Fortu por el flanco izquierdo. Situada en el hueco de una ventana del edificio colindante, está deteniendo su avance por aquel lado, mientras que por el otro se encuentran ante el disparo selectivo de los francotiradores apostados, a los cuales buscan neutralizar con la ayuda del fuego abierto contra ellos desde el Hospital.
 La artillería nacional bate ahora las alturas de los edificios para hacer callar a la ametralladora y a los francotiradores, y de nuevo los hombres del Fortu y de José se lanzan a por sus objetivos entre la confusión del ataque y una lluvia de balas que les obliga a sortear la muerte y que les provoca serias bajas. Pero aún así los de la décima consiguen hacerse con los puestos de los tiradores republicanos, y reorientan ahora su fuego hacia el Paseo del Óvalo para ayudar a los regulares de José a superar la parte alta de la Escalinata. Conseguido el objetivo, los regulares se despliegan a un lado y al otro, en los portales de los edificios colindantes, completando las posiciones y cubriendo desde allí la desembocadura de la calle del Hotel Aragón con el paseo del Óvalo. Pero entre el tiroteo no se distingue todavía a quienes tienen que fugarse y se establece un tiempo de espera angustioso y mortal, pues los republicanos desde los flancos y el centro de la ciudad intentan recuperar el espacio perdido.






-Allí Sergio, allí están. 

Y con la posición de su mano José le indica la dirección en la que los refugiados del hotel cruzan la calle al otro lado, corriendo agachados, cubriendo sus espaldas sobre el costado del edificio que llega hasta el paseo, mientras desde la puerta del hotel una ametralladora contiene el avance de los republicanos que vienen de la plaza del Torico intentando darles caza. José se da cuenta entonces de que no lo conseguirán solos y le dice a Sergio:


-Desplázate rápidamente con dos pelotones y ayúdales a cubrir su retirada. Coloca una "Revelli" en el otro lado de la calle para que ayude con su barrido a la que tienen situada en la puerta del hotel, y en cuanto el último haya salido, retírate inmediatamente; yo me cuidaré de que podáis cruzar hasta aquí sin complicaciones.


Sergio obedece al instante y cruza con sus hombres el paseo para enlazar con los del hotel al amparo del fuego de cobertura de los suyos, lo que no impide que los tiradores republicanos de los edificios interiores batan a dos de sus hombres en plena carrera. Mira para atrás un momento para ver como uno de ellos es rematado varias veces en el suelo desde el edificio que ahora cubre sus  espaldas y que hace esquina con el paseo y la calle del hotel. Rápidamente transmite a su hombres las instrucciones de José y él se queda organizando el salto de los evadidos a través del paseo para llegar a la Escalinata.
José permanece con los suyos en ella, controlando con su fuego desde allí los edificios de enfrente.





Y uno a uno cruzan corriendo el paseo con la máxima celeridad que les permiten sus piernas, esquivando los tiros que irrumpen a sus pies en el asfalto y que alcanzan a algunos, que a duras penas, ayudados por los hombres de José, logran llegar a la Escalinata. Los disparos provenientes del interior de la calle del hotel suenan más cercanos y Sergio y sus hombres comienzan a cruzar también bajo una lluvia de balas a sus espaldas; otro de sus hombres cae muerto antes de llegar al final de la calle. Aún así, todo está saliendo bien; a pesar de las pérdidas se está consiguiendo el objetivo. Pero deben regresar lo antes posible a sus posiciones, pues la presión de los republicanos por los flancos se hace incontenible y desde el centro están llegando al paseo. José impulsa a Sergio a descender con sus hombres conduciendo a los evadidos al sector de la estación de trenes, mientras él con una sección se quedan arriba para protegerlos y darles tiempo en la retirada. Mas cuando se decide por fin a abandonar la Escalinata, desde el edificio colindante de la derecha comienzan a abrir fuego. A José le alcanza una bala que le roza el cuello quemando la piel, y que atraviesa el pecho a uno de sus "maunin", que cae fulminado al instante. 
Se lanza al suelo y se revuelve disparando contra el edificio, donde por un instante el fuego de los disparos parpadea en la oscuridad de su interior, tras uno de sus ventanales. 



-Esa posición la cubren los de José Luis -. Piensa. 

Pero tiene que revolverse de nuevo disparando hacia la puerta de la Escalinata, por donde empiezan a llegar los republicanos. Intenta levantarse pero resbala y rueda escaleras abajo, entre los silbidos de las balas y sus impactos en los ladrillos. Pierde el arma antes de que su azarosa caída concluya en el primer descansillo contra el cuerpo de uno de los suyos, que muerto retiene entre sus manos una Revelli del 7,5. Está congelado, ha quedado sentado contra la baranda de la Escalinata con la ametralladora sobre sus muslos, y el frío y el rigor de la muerte han convertido en garras pétreas sus manos apretadas contra el arma. José hace un esfuerzo rápido y violento para arrancársela; sentado en el suelo apoya sus pies en el cuerpo del soldado y tira de golpe del arma; los dedos del soldado suenan como si se desgarraran y uno de ellos queda atrapado en el gatillo.




Cubre su espalda con el pilar del descansillo, carga el arma rápidamente, y lanzándose con destreza felina sobre los primeros peldaños comienza a disparar ráfagas mortíferas sobre los milicianos que intentan cazarlo. Detrás de él sus hombres han conseguido recomponerse y ahora están apoyándole desde el lado derecho del descansillo. Los republicanos intentan cubrirse y José aprovecha el momento para incorporarse al grupo sin dejar de disparar, en plena carrera hacía el último nivel de la Escalinata.      

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