El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

sábado, 30 de octubre de 2010

El adiestrador de mandriles. ( La noche más animada.)












Le bajaron del coche a la puerta del cementerio y le sentaron en una silla de ruedas. En sus manos llevaba un ramo de rosas blancas. El perfecto peinado y la pulcritud de sus ropas no eran suficientes para disimular el cansancio en sus párpados, que reflejaban otra noche en vela.
La indiferencia en sus ojos ocultaba sufrimiento, asfixiante tristeza interior que mantenía encerradas a cal y canto las palabras en su boca, que a veces se abría quejumbrosa como una puerta vieja, atrapada en su quicio por el abandono.

Le condujeron hasta la tumba por el pasillo central, entre los viejos cipreses; y según descendían dejando a un lado y al otro las de quienes ahora recordaba como si fuera ayer, cuando todavía con ellos charlaba, reía, amaba, soñaba a su lado mientras intentaban conocerse a sí mismos, no pudo evitar un helado sentimiento de pérdida que afluyó a sus ojos extenuados por el insomnio.

La sepultura de Marta estaba más abajo, al final del penúltimo pasillo que partía hacia el ala izquierda del cementerio, junto al muro de piedras y ladrillos encalados. 
El sol se escapaba entre las nubes grises, que se abrían como una ventana sobre aquel rincón apartado del cementerio, alumbrando por un tiempo las frías tumbas de granito y mármol.

Dejó encima de la losa las flores y de nuevo sus ojos se ahogaron en las lágrimas que no terminaron de brotar sobre su patético rostro, blanquecino ahora por la débil luz de aquella mañana de "todos los Santos".

Había terminado por fin la noche más larga. Bañado en frío sudor recibió la claridad de la mañana con las pupilas abiertas y los párpados descolgados hasta los pómulos. En sus labios resecos, reventados por la tensión febril de sus pensamientos, se mantenía aún un extraño tic de excitación y temor.
Amarrado a su cama por la imposibilidad de sus piernas y con la voz estrangulada por la angustia, había pasado la última noche de ánimas entre pesadillas horribles y horas en vela apabullado por el temor a sus recuerdos.

Tras los cristales llovía; llovía con fuerza y las gotas de agua golpeaban en ellos. Algo afuera hacía ruido con insistencia empujado por el aire que arreciaba con rachas fuertes. La luz de la habitación no podía alumbrar su oscuridad interior, y no quería que sus padres y su hermana supieran que no dormía.

En la oscuridad del cuarto emergían como fantasmas las imágenes de Marta, de su cuerpo blanco y puro sobre la losa gris de una tumba en una noche de verano, a la luz de la luna mientras él le hacía el amor con pasión desbordada e inconsciente. Después había cogido para ella unas rosas blancas de un rosal trepador que crecía junto a un muro cercano y la había besado de nuevo. Terminaron riendo cuando por curiosidad leyeron la inscripción de la lápida: "A Marta, llamada al más allá una noche de verano".
Sus risas rompieron el silencio perfecto del Camposanto y la claridad de sus voces resonó entre las sombras de los cipreses, los panteones y las cruces de las tumbas, llenando de súbito terror sus corazones.

Salieron corriendo cogidos de la mano sin mirar atrás, perseguidos por las sombras que la luna dibujaba con sus cuerpos en el muro, que se deslizaban sobre las tumbas y desaparecían entre los árboles al pasar.
Dejaron abierta la puerta del cementerio y se metieron en el coche. Bramó el motor y las ruedas derraparon en la gravilla con furia dejando tras de sí una nube de polvo. Entre tanto ella comprobó su teléfono móvil para saber si había recibido llamadas después de abandonar la fiesta "gótica" a la que habían asistido tras el "botellón" de la facultad de empresariales, cuando dejaron a sus amigos en plena efusión alcohólica. Y sobre un estuche de CD se hizo una larga linea de coca que esnifó dejando blanco el orificio izquierdo de su nariz . Después se abrazó al cuello de él y le estampó un sonoro beso en la frente. Él buscó inconsciente sus labios apartando la mirada de la carretera por un instante, y cuando a ella volvió de nuevo su vista, Marta estaba allí, en el medio, con un ramo de rosas blancas en sus manos ensangrentadas. Giró bruscamente el volante intentando no atropellarla, pero perdió el control del coche y éste volcó varias veces hasta estrellarse contra la ladera, al otro lado de la calzada.

Despertó aquella noche de ánimas a la pesadilla del pasado como había despertado del coma dos meses después del accidente, con los oscuros recuerdos convertidos en fantasmas, en almas en pena y desconsuelo vagando por su mente embotada. Y así los últimos cinco años cada noche de ánimas, seguro de que a la mañana siguiente llevaría rosas blancas para Marta.










  

No hay comentarios: