El adiestrador de mandriles.

El adiestrador de mandriles.
Diseño de imagen: Manolo García.

lunes, 11 de mayo de 2009

DE LA GUERRA Y DE LA PAZ.


Invocaron las palabras al sentir aprovechando la tarde clara, la atmósfera diáfana, en calma.
- Si partimos de la calma, ¿por qué nos alteramos?
Si partimos de la violencia, ¿por qué tendemos a la calma?
¿Cuándo termina la guerra y comienza la paz?

Y el sentir se reveló:

La violencia y la calma, la guerra y la paz, forman parte de la condición humana y no tienen principio ni fin; son factores básicos que influyen en la transformación social a lo largo de los tiempos. Nuestra historia no es más que el recuerdo de los sucesivos pasos de una situación a otra a través de los siglos. Y el proceso evolutivo que hoy se defiende, no hace otra cosa que confirmar que esta realidad sigue siendo nuestra forma de evolucionar; como reafirmando el hecho de que ha sido así siempre y que así será. Y realmente ésto es involución a nuestros ojos. ¿Como podemos pensar siquiera que la guerra - cualquier guerra - es un progreso, si trae consigo el caos, el sufrimiento y la destrucción? Todavía hoy nuestra ética colectiva no es capaz de aceptarlo, pero imposible negarlo si miramos dentro de nuestro interior, pues sabemos que en nosotros anida la guerra y descansa la paz.





























Tal vez la paz que conocemos tan sólo sea una tregua, un descanso necesario para proseguir la lucha, ya que tras un periodo de calma, se desencadena de nuevo la tempestad. Puede que la paz verdadera no exista por incompleta y parcial. Y esto es lo que tenemos si miramos nuestro mundo a través de los ojos del tiempo: la guerra que nunca acaba y la paz que no termina de imponerse.
Cuando comienza una guerra nos parece siempre inevitable, mas, cuando aparece la paz, cuesta mucho aceptar que la podremos consolidar. En vez de esforzarnos en ello nos rearmamos miedosos, desconfiados de todo. Y a medida que nos vamos sintiendo seguros olvidamos las causas que nos arrastraron al conflicto.

Prepotentes, explotamos egoístamente la paz mientras dura, exportando lejos de nosotros la guerra, que fomentamos y avivamos interesadamente hasta que nos salpica. La guerra pone a los hombres en la realidad más estremecedora, doblegando sus corazones hasta arrastrarlos sobre su propio cieno, sobre su sangre y la de los suyos hasta la saciedad. Sólo así cesa la espiral de violencia que conduce a otro periodo de paz, que comenzará basado en el miedo y en la represión y que terminará de nuevo en la euforia de la abundancia que lleva al olvido de los valores por los que morimos, por los que sacrificamos lo mejor de nosotros mismos.
Se nos anunció la forma de evitar el ciclo destructivo, involutivo, y nuestra reacción fue matar al mensajero convirtiendo la solución en utopía. Mientras continúe el conflicto en nuestro interior y alentemos el orgullo y la venganza, no se impondrá el amor, porque para ello no tiene sentido.
Buscaremos otras soluciones, más no las encontraremos en el puro intercambio de intereses. Sólo el amor es 
desinteresado y no distingue entre seres.










1 comentario:

Unknown dijo...

Siempre tan sabio, amigo Pablo, es una delicia y descubrir que nuestros interiores son iguales. Un fuerte abrazo.